Piensa, Prensa y Pega.

22 de julio de 2009

REFLEXIONES Y PRECISIONES

En enero de 1994, con la aparición pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el mundo se pudo enterar de que en plena modernidad, cuando se presumían las virtudes y bondades del neoliberalismo, en el sur de México, en el estado de Chiapas, anualmente, miles se morían por enfermedades curables y miles carecían de tierras propias para trabajar, por su cuenta.

Las condiciones de hambre y miserias bien se explicaban por una exagerada irresponsabilidad social, por miopía gubernamental, corrupción institucional e institucionalizada y la riqueza acumulada por viejos y jóvenes latifundistas, coyotes, políticos y gobernantes locales y nacionales.

Por si hiciera falta, a lo anterior se sumaban atropellos, abusos y perversidades diversas en la administración y procuración de justicia, por todas partes y como una realidad natural y cotidiana.

Las cárceles, como hoy todavía, permanecían llenas de pobres que no alcanzaban a pagar el precio de la justicia, políticos en desgracia y delincuentes que no pudieron o no supieron asociarse con las autoridades.

Si revisamos un poco, no mucho, los medios de esos tiempos, fácilmente asoman elementos suficientes para explicar el estallido social que le dio cuerpo y forma el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, encontramos una realidad chiapaneca que contrastaba, como hoy, lastimosamente con la modernidad de los países desarrollados, el norte de México y el centro de la República.

Hoy, a más de 15 años, aquella realidad de los chiapanecos ha cambiado sí, ha empeorado significativamente y sólo es cuestión de tiempo para que, lamentablemente, tengamos que vivir y padecer manifestaciones sociales más radicalizadas, todas, producto de la ceguera, insensibilidad y sordera de los gobernantes de todos los niveles.

En Chiapas, a 15 años del levantamiento armado zapatista, la vida de la mayoría de la gente se ha vuelto notoriamente más difícil y de nueva cuenta, otra vez, se está dejando acercar peligrosamente un sólo camino, el de mayor organización y manifestación social con las dimensiones y agudeza de las miserias, saqueos, atropellos e injusticias sociales, que parecen ya maldiciones.

Ojalá me equivoque, pero, todo apunta a que en el corto plazo, desde Chiapas, bien le pueden acomodar una nueva sacudida a México, experiencia cuyos costos, de alguna manera, todos tenemos que pagar y lamentar.

Aunque todos los días, ordenado por los gobernantes, la mayoría de los medios nos pintan y presumen un Chiapas bonito, oloroso y bien formado, todo eso para nada corresponde a la verdad, sólo son caras frivolidades y costosos maquillajes que hasta hoy únicamente “sirven” para esconder una realidad que su conciencia de clase no les permite valorar, que no alcanzan a observar o que en definitiva no les interesa atender: todavía no entienden que de esta manera resuelven nada y empeoran todo.

La insensibilidad institucional en Chiapas, sin duda, ha complicado más la ya de por sí difícil situación social y la arrogancia y falta de oficio político de los gobernantes, no ha permitido la construcción de los espacios suficientes y necesarios para arrojar diálogos productivos socialmente: donde se acerquen para conocer y resolver, no para simular y desgastar o para entretener y manosear. Aún cuando todo sea por ineptitud, en las condiciones de Chiapas, estas actitudes no se explican y mucho menos se justifican.

Qué está pasando con los gobiernos, por qué no cumplen con su obligación constitucional de encabezar junto a la sociedad, la construcción de bienestar social humanamente justo, caracterizado por: salud suficiente; buen trabajo para todos; educación de calidad; vivienda digna; justicia verdaderamente pronta y expedita y una democracia alejada de la fisonomía de obras teatrales, entre otras cuestiones en grave deterioro y de urgencia para los chiapanecos.

Hasta cuándo los gobernantes continuarán casi sólo en la atención de sus intereses personales o de clase, cuándo entenderán sobre la inaplazable necesidad de ocuparse, entre todos, de la construcción del bien común, qué necesitan para aprender de la historia, para evitar mayores sufrimientos y abandonar en definitiva toda práctica irresponsable, deshonesta y olvidada del cumplimiento del deber. Hasta cuándo… falta poco.

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