Piensa, Prensa y Pega.

25 de enero de 2012

Reflexiones y Precisiones


En la República Mexicana, por las condiciones particulares de sumisión y control a los actores políticos y económicos que se dan en los estados, son inmensos los poderes que llega a acumular y concentrar un gobernador, y no sólo eso, sino que lo aceptan resignados, como un comportamiento “normal y hasta placentero”.

Con todo en manos de los ejecutivos estatales, ellos están en capacidad sobrada de decidir y ordenar a su antojo quiénes deben ocupar las diferentes secretarías de estado que conforman al poder ejecutivo; y también y sin ningún rubor, deciden uno por uno, a los diputados locales que en todo momento cumplirán sus caprichos y abusos; igualmente, desde antes de tomar posesión del cargo de gobernador, ya escogieron al que les servirá sumisamente desde el poder judicial, para facilitarles la “justicia” a los amigos y hacerles sentir todo el peso de las leyes a los enemigos.

Más allá de lo aparente, en todos los estados del país sucede lo mismo, los gobernadores se comportan como verdaderos dueños de las entidades federativas, como virreyes. A su gusto ponen y disponen en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Lejos está de practicarse la necesaria división de poderes, nadie le hace contrapeso al titular del ejecutivo, ninguno se atreve a hacerle de freno institucional y por ello, los gobernadores en sus respectivas entidades, irresponsablemente, hacen lo que les da la gana con los recursos públicos, con los recursos naturales y con los bienes materiales a su disposición y bajo su resguardo.

En el estado de Chiapas, no solamente ahora, en su momento, el gobernador en turno camina y manda como si fuera un ente divino, como un dios al que hay que venerar por sobre todas las cosas; como un dios al que todos los mortales deben encomendarse; como un dios al que hay que agradarle; como un dios al que hay que implorarle; y como un ser omnipresente y omnipotente, ante quien los políticos, los empresarios y los ciudadanos comunes deben inclinarse, arrodillarse y suplicar para que el presente sea sin contratiempos y el futuro venga lleno de facilidades, sin sobresaltos, con éxitos económicos y lleno de felicidad. Así ha sido con Sabines Guerrero, y en lo elemental, así ha sido siempre con los anteriores gobernadores de Chiapas, lamentablemente.

En cualquier estado del país, el gobernador respectivo hace lo que quiere de día y de noche, se conduce desenfrenadamente y ninguno de los poderes locales se atreve a enfrentarlo para moderar sus “inspiraciones”, desmanes y hasta locuras. Un ejecutivo estatal, en la práctica, se mueve como todo un señor feudal, de horca y cuchillo, dueño de vidas y honras, y cuidado de aquél o aquéllos que osen hacerle ver que su poder es temporal, que no es un dios, que tiene defectos, que comete errores y que es mortal, porque pueden, por decisión de él, convertirlos en cadáveres, en reclusos de cualquier penal o en prófugos de las leyes al servicio del “señor gobernador”.

En nuestros días, es descomunal el poder que siempre acumula un gobernador –independientemente del partido político que sea, resultan muy parecidos-, y durante los procesos electorales como el que hoy se presenta, por si hiciera falta, se convierte en el gran elector. En el estado de Chiapas, por ejemplo, sobran los claros indicios abusivos para afirmar que no serán los ciudadanos chiapanecos, las mayorías, quienes libremente elijan a sus ayuntamientos, diputados, senadores, gobernador y presidente de la república; no, abundan las torpes y cínicas maniobras que permiten aseverar que todo ya ha sido previamente visualizado, manipulado, condicionado y predispuesto por el ejecutivo estatal, arreglado para que los resultados le sean de los mejores, que salgan a su medida, con la amplitud que necesita el “señor gobernador”, para que en lo sucesivo pueda moverse sin preocupaciones, por lo que haya logrado acumular en riquezas y rencores.

En Chiapas, aun con todo el gran poder temporal –casi absoluto-, atesorado y exhibido por el gobernador Juan Sabines Guerrero, que hoy le permite disponer holgadamente en el presente, sin ninguna resistencia local, para construir los escenarios políticos que necesita hacia su futuro, desde una óptica más amplia, la nacional, nada bueno tiene asegurado Juan Sabines, lo único cierto es que en pocos meses entregará la gubernatura, nunca más le llamarán “señor gobernador”, quedará expuesto a las normales traiciones de los hambrientos actores políticos nacionales y estatales, y más, debido a que, en las oportunidades políticas que él ha tenido, les ha demostrado que su institucionalidad consiste en apostarle a todos, invertirle a todos y si le fuera posible, madrugarse a todos. Por sus ¡hechos, no palabras!, Juan Sabines Guerrero, antes que trabajar para Felipe Calderón, Peña Nieto o López Obrador, trabaja para él, y tarde que temprano constituirá la razón de fondo de su suicidio político asistido. Políticamente hablando, sólo es cuestión de tiempo y temperatura, personas y facturas.

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