Para
prever que no se le vayan a echar encima y de a montón, abierta o
disimuladamente, al que escribe esta columna, debe iniciar confesando
que no es ateo, pero sí es de los que está convencido que la
solución a los problemas terrenales hay que buscarla y encontrarla
aquí; asumiendo un comportamiento socialmente responsable, y nunca
buscando en el más allá lo que se puede explicar y resolver acá.
¿Cómo solicitar o mandar a pedir a alguien del más allá que ayude
a resolver los sufrimientos del más acá, si los de aquí hacemos
nada por esclarecer, combatir y superar la realidad injusta que
prevalece y que se reproduce cotidianamente en la sociedad mexicana?,
¿cómo va a ser correcto pedir que otro se ocupe en solucionar lo
que es una obligación urgente de la sociedad y el gobierno
mexicanos?, ¿no es abusar de él, no es intentar, injustamente,
querer acomodarle una carga que no le corresponde? y que si todos en
el planeta tierra hicieran lo mismo, resultaría un abuso e
injusticia, ¿cómo concebir, confiar e intentar que él resuelva
todo, cuando la mayoría de mexicanos evadimos nuestras obligaciones
e incurrimos en actitudes cómodas, cómplices o cobardes? Por
supuesto, esta reflexión inicial es por la visita a México del
alemán Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI.
La
llegada a México del Papa Benedicto XVI, seguramente, en
millones de mexicanos alimentó esperanzas y les fortaleció la fe,
eso en principio no hace daño, pero conociendo la doble moral y las
incongruencias crónicas de los actores políticos y económicos en
México, que disponen y disfrutan en este país, difícilmente, la
sola visita del Papa será suficiente para hacerlos justos y
honestos. Se puede afirmar que posterior a la llegada del Papa,
paulatinamente o de golpe, todo volverá a la “normalidad”,
continuará lo mismo; iguales o mejoradas injusticias, corrupciones,
atropellos a los más necesitados, impunidades, sordera
institucional, violencia generalizada, desempleo, falta de alimentos
en áreas urbanas y rurales, inseguridad, incertidumbres y la
politiquería desatada a todo lo que dé. El Papa Benedicto XVI,
indudablemente, fue visto y escuchado por millones de mexicanos, pero
que esto logre en lo inmediato cambios en la mentalidad y en las
acciones de los que “gobiernan” y que se aprovechan de los
recursos de este país, resultará imposible. Ellos entienden otro
idioma, el del dinero, que les sirve para adquirir lo que se les
antoje y para someter a quienes necesitan; tristemente, todo seguirá
igual o peor, mientras la mayoría de los mexicanos lo permitan con
su nula o escasa conciencia social, apatía y desorganización.
Cómo
confiar en que con la visita del Papa Benedicto XVI, el
presidente Felipe Calderón Hinojosa decidirá cambiar radicalmente
su pensamiento y actitudes, revertir sus abusos, corregir sus errores
y que en los 8 meses que le quedan como presidente de México, haga
lo que prometió y no pudo cumplir en 64 meses. Cómo pensar que los
miembros de la Suprema Corte de “Justicia” de la Nación
aprenderán a agarrar juicio y responsabilidad, no sólo dinero, con
la visita del Papa. Cómo creer que el Congreso de la Unión, los
Senadores y Diputados, modificarán sus torcidos principios y
convicciones, soberbias y sus acostumbrados tráficos desde el poder.
Cómo pensar que con la sola llegada del Papa, los poderes Ejecutivo,
Legislativo y Judicial mexicanos, decidirán bajarse de su “macho”
o “mula” y ocuparse urgentemente de los problemas que amenazan lo
profundo y diverso del tejido social mexicano. Cómo confiar en que
la visita del Papa llenará todo lo que falta, para que gobierno y
sociedad mexicana, cada uno se ocupe de su deber y entre todos del
bien común, lo que ha permanecido en el olvido y que mientras no se
le atienda estaremos condenados, todos, a un verdadero infierno en
la tierra.
Es
incorrecto soñar demasiado, pensar que basta la visita del Papa
Benedicto XVI para que los gobernadores del país se vuelvan
honrados, y se transformen en personas ocupadas, socialmente y de
tiempo completo, en la solución de la problemática interna de sus
respectivos estados. Un sueño resultará creer que decidirán, por
fin, cumplir cuando menos, con las leyes de este país, con lo que
protestaron “cumplir y hacer cumplir”, con el estado de
derecho que, aunque mínimo, ya algo asegura socialmente. Dicho con
todo respeto, si el Papa hubiera llegado a ubicar a cada mexicano
donde le corresponde, en ese lenguaje de “El Cielo” o “El
Infierno”, su trabajo hubiera sido muy arduo. Millones de mexicanos
viviendo en “El Infierno”, tendría que reubicarlos urgentemente
en “El Cielo”, y se toparía con millonarios –en dólares- que
le darían mucha lata, pues se le resistirían con todo para no dejar
“El Cielo” del que éstos se han apropiado –comprándolo o por
asalto-, desde donde, parados encima de los demás, hacen y deshacen
a su antojo, con la complacencia de las autoridades y a pesar de los
visibles sufrimientos extremos de millones de mexicanos del campo y
las ciudades.
Por
muy creyente que uno sea, conociendo la insensibilidad y sordera
institucional, de todos los niveles de gobierno, difícilmente se
puede confiar en que la visita del Papa Benedicto XVI será
algo útil para remover pronto y positivamente, los pensamientos,
corazones y actitudes, del impredecible gobernador chiapaneco, de los
miembros de los 122 ayuntamientos de la entidad, de los integrantes
del Congreso del Estado, de los “huéspedes” del Tribunal
Superior de “Justicia” y de toda esa especie de mamíferos del
“trapecio político” que hoy habitan y se reproducen como plaga
en Chiapas. Después de la llegada del Papa, los gobiernos
continuarán con lo mismo, y la sociedad, si no se organiza y
participa, seguirá padeciendo abusos y sufrimientos cada vez
mayores. Millones son los que deben prepararse para vivir y soportar
“El Infierno” en la Tierra, y en estas condiciones, “El Cielo”
tal vez nunca.
Aquí
en el Municipio de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, quién va a
creer y esperar que la llegada del Papa sirva para aclararles la
mente, la vista y la conciencia a las autoridades del Ayuntamiento
coleto. Quién va a pensar que las palabras del Papa Benedicto XVI
volverán responsables y honrados –en sentido amplio- a cada uno de
ellos y ellas. Aunque la fe y esperanza de los habitantes del
municipio de San Cristóbal sea grande y firme, no es ciega y tampoco
da para tanto. Todos, de alguna manera, saben que seguirán los
saqueos a los recursos del pueblo, las improvisaciones, las mentiras,
los cinismos, las ocurrencias y ese conjunto de actitudes que a ellos
y a ellas les hace parecer como si estuvieran desarrollando una
función teatral y circense, para niños.
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