Al maestro y a la maestra, de pizarrón, piso y prisas
por el aprendizaje cabal y comprometido, hay que reconocerlo y felicitarlo.
Al maestro y a la maestra, que enseñan a ver, a
comprender y a comprometerse a desterrar
las injusticias sociales, no es necesario construirles monumentos, basta y
sobra con imitarles puntualmente, recordarlos con algún hecho, dedicarles
alguna acción e intentar siempre multiplicar sus enseñanzas, transmitir su humildad.
Al maestro y a la maestra que enseñan cómo escuchar y cuándo hablar, para aprender y participar
comprometidamente, no es necesario celebrar su día, es una
obligación RECONOCER su esfuerzo, emular su comportamiento.
Al maestro y a la maestra que entienden su misión, que comprenden su función y que su palabra y pluma sirven
para formar conciencias y no para deformar realidades, merecen
reconocimiento eterno y el sentido aplauso.
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