Piensa, Prensa y Pega.

9 de noviembre de 2008

9 de Noviembre del 2008.

Ocho días va a cumplir la caída del avión donde viajaba y murió Juan Camilo Muriño, Secretario de Gobernación.

En esta semana mucho se ha dicho sobre Juan Camilo: que era demasiado inteligente; que derrochaba sensibilidad; que le sobraba visión; que sencillez no le hacia falta; y que, aún con nubarrones, de lejos, se apreciaba fácilmente su firmeza y lealtad.

También se ha mencionado, hasta el cansancio, que le observaban una enorme dedicación y amor por México; que era un apasionado de los diálogos y acuerdos; que condujo atinadamente al Gabinete de Seguridad Nacional; y, que su franqueza y honestidad, en él, se sentían, se olía y se veía.

Toda la semana, Muriño Terrazo ha venido siendo dibujado como estadista, humano excepcional y de sobrados tamaños y talento, todo, aunque sus hechos y resultados terrenales estén lejos o contrapuestos a todo lo que se le festeja y que los mexicanos jamás vieron o celebraron.

Desde luego, es el Gobierno el promotor de todas las expresiones y comedidos calificativos, a favor de Juan Camilo: no es el pueblo de México; no lo vieron ni lo expresan los millones de mexicanos pobres; no lo están calificando los millones de campesinos que no se les escucha y atiende; no es la calificación de todos aquellos que diariamente padecen y pagan por la inseguridad en México; no es la opinión y calificación de la mayoría de mexicanos que todos los días sufren para poder medio comer y vivir.

Tampoco son las expresiones de todos quienes, en los últimos años, han perdido su empleo, han perdido violentamente algún familiar, han perdido poder adquisitivo o han perdido toda esperanza de vida digna en México, y que han decidido emigrar a los Estados Unidos, aunque para ello pongan en riesgo su vida: no, es la opinión oportuna expresada y promovida por el Presidente de México, hacia un amigo y cercano colaborador suyo, ni más ni menos. Es sólo eso.

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