Productos milagro. Como si eso fueran la Reforma Educativa, la Reforma Energética y la Reforma
Hacendaria, las viene ofreciendo al pueblo mexicano el gobierno de Enrique Peña Nieto; y la mayoría de los
actores políticos, sociales y religiosos, callan en lugar de asumir una actitud
responsable, ante tanto engaño y manipulación. Los senadores y diputados
federales, pudiendo hacer mucho, únicamente buscan cómo sacarle raja a las
propuestas del Ejecutivo Federal. Los partidos políticos, que bastante también
podrían hacer para frenar o enderezar las decisiones del gobierno, prefieren
volverse comparsas del control; muchas organizaciones sociales callan y esperan
el momento para cobrar; y las jerarquías religiosas de todas las
denominaciones, hacen su máximo esfuerzo, como siempre, para congraciarse con
dios y el diablo.
La Reforma Educativa que propone Enrique Peña Nieto, no está concebida para enseñarle a los
mexicanos a participar, preparada y conscientemente, en la transformación de
esta sociedad llena de injusticias sociales; la reforma no está pensada para formar hombres y mujeres con amplio
sentido de responsabilidad y solidaridad social; la reforma no está diseñada para dar forma a mujeres y hombres
nuevos, críticos, propositivos y comprometidos con su realidad social; la Reforma no está planteada para que
los mexicanos aprendamos a pensar, a discernir; está planteada para reforzar el
miedo al castigo, al más puro estilo de la doctrina conductista que tanto ha
afectado los procesos de educación en el mundo. La Reforma Educativa procreada por Peña Nieto, no pretende para nada despertar la enorme energía
social que ha permanecido adormecida, por décadas, en las ciudades y campo
mexicanos, no, es algo mucho muy pobre que únicamente busca el control
político, laboral y administrativo de los trabajadores de la educación y
abaratar el costo económico que para ellos tiene esta obligación constitucional
y, de pasada, mermar las capacidades organizativas y propositivas de los
trabajadores más conscientes del magisterio del país.
La Reforma Energética peñista que se presenta como la panacea que
les permitirá “mover a México”,
pronto se verá que no es para mover, sino para “joder a México”. La experiencia que el pueblo de México ha tenido,
posterior a la nacionalización de la
industria petrolera, nos dice que en lo fundamental, no resultó como originalmente se esperaba. No ha incidido, en los
términos que ha necesitado el desarrollo nacional; no se ha traducido en mayor
bienestar social para sus dueños (la mayoría de mexicanos empobrecidos); no ha
sido útil para ayudar a detonar otras actividades productivas que diversifiquen
el ingreso de los ciudadanos; no ha contribuido –como bien es posible- a
generar riqueza social. La industria
petrolera Nacionalizada, mayormente,
sólo ha servido para extraviar más a los gobiernos, hacerlos más corruptos;
para volver inmensamente ricos a los líderes sindicales; y para alimentar toda
una corrupción institucionalizada, en una empresa pública que hoy presentan
como “quebrada”, a la que nos dicen que sólo puede salvarse, si se permite la
participación de capital privado en la explotación de este recurso natural no
renovable. Si esta industria mexicana está “quebrada” y no promete ganancias,
¿cómo está eso de que cambiarán la ley para compartir utilidades?, ¿por qué
atrae tanto a los inversionistas privados, mexicanos y extranjeros? La Reforma Energética peñista,
esencialmente, no es para aprovechar correctamente una riqueza de los
mexicanos, no, es para beneficiar en mayor medida a quienes la usufructuaban
desde antes de su nacionalización, los extranjeros. Es “avanzar” hacia atrás.
La Reforma Hacendaria, contrario a lo que el pueblo de México
necesita, no es para recaudar mayores impuestos con los que más tienen o
perciben, y con ello llevar beneficios sociales suficientes a los más
empobrecidos de este país. La Reforma
Hacendaria, por ningún lado se ve que esté pensada y hecha para servir de
apoyo a los más débiles y desamparados. Más temprano que tarde, ya veremos que la Reforma Hacendaria de Enrique Peña Nieto conducirá a peores
condiciones sociales de la población más olvidada, y para nada,
significativamente, mermará las riquezas de los poderosos. La Reforma sólo terminará por acomodarle más carga a los que más han cargado siempre, los pobres. A los más
ricos, el gobierno se encargará de garantizarles los privilegios fiscales
acostumbrados; y a ellos, la clase política en el poder, les permitirá volverse
más ricos y poderosos. Esta reforma no
es para distribuir mejor el ingreso, no, es para repartir mayores pobrezas
entre los más pobres.
Los productos milagro, las reformas, que hoy promocionan a todas
horas los medios de comunicación, sin duda, no están pensando prioritariamente
en el bienestar social de los mexicanos. Las inspiran y mueven el hambre
insaciable de más dinero y poder para los gobernantes, quienes buscan asegurar
su existencia y reproducción, a escala ampliada, promoviendo una población
sumida en la ignorancia, apatía y desorganización. Una sociedad a la que la Reforma Energética le restará capacidad
económica para promover y apuntalar, por sí misma, el desarrollo igualitario
que necesita. Desarrollo social no
desarrollo individual. Una sociedad donde los impuestos sirvan, en algo, para igualar, no para profundizar en
las desigualdades e injusticias crónicas.
Cocidas o crudas, completas o a medias, de
golpe o en tramos, las
reformas que Enrique Peña Nieto ha
puesto sobre la mesa, por lo que ya se viene observando, las terminará
imponiendo al precio que sea. A excepción de los miles de trabajadores de la
educación y otras organizaciones sociales que se le han sumado, parece que
nadie más manifestará su desacuerdo a los
planes de entrega y atropellos que mueven al gobierno peñista. El futuro
que se ve venir para el pueblo mexicano es de más insatisfacciones y pobrezas,
peor educación, mayor desempleo y sufrimientos. Incremento en la inseguridad en
todas sus formas, incertidumbre, fundada para la sociedad mexicana y la
preocupación constante de que en cualquier momento puede surgir la represión oficial, como respuesta a
alguna inconformidad social organizada.
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