De pronto da la impresión
de que el tema Movimiento Insurgente
Zapatista fuera algo surgido hace nueve días, y no que lleva 20 años a la
luz pública. Dos décadas donde, paulatinamente, unos más y otros menos, han ido
olvidando que en el estado de Chiapas existe un Movimiento Insurgente Armado que mantiene una declaratoria de
guerra contra el gobierno mexicano y sus instituciones. Hace 20 años, a los
zapatistas, dígase lo que se diga, daba la impresión de que se les tomaba en
serio, de que se les tenía mucho o algo de temor, pero de pronto como que todos
se fueron acostumbrando y tomando distancia. Izquierda romántica,
izquierda de ruido, izquierda de
derecha, ONG’s, seudoacadémicos,
seudoluchadores sociales, seudoinvestigadores e institutos políticos, de dentro
y fuera del país, hicieron su mejor lucha
para apropiarse de la insurgencia o guarecerse en el movimiento rebelde. Nadie
lo logró. Los zapatistas aparecieron hace 20 años, hicieron lo que pudieron y
se fueron retirando para irse a trabajar; fortalecer
su resistencia, templar su rebeldía y ocuparse de darle fondo y forma a su
autonomía.
Hace 20 años, a los
gobiernistas se les escuchaba decir que en no más de 20 días el Ejército
Mexicano aplastaría al Ejército
Zapatista de Liberación Nacional. Hace
20 años, muchos lamemanos
apostaban que los zapatistas habían surgido para chantajear al gobierno y a los
partidos políticos. Se les escuchaba decir que los encapuchados venían por
cuotas de poder; ayuntamientos, diputaciones, senadurías y cargos en el
gobierno, entre otras estupideces, que pronto aprendieron eran absurdos. Hace 20 años, casi nadie imaginaba que
los zapatistas llegarían a los 20 años, luchando y mucho menos, que se
multiplicarían, para llegar hoy a muchos miles más; convencidos de su lucha
justa, entregados al cumplimiento de su deber y claros de que nacieron casi
hasta sin derecho para morir. Aun con todo, los zapatistas ahí están;
reproducidos en miles y geográficamente más extendidos. Con mayor fortaleza que
hace 20 años, más experimentados, renovados y por si hiciera falta, más
resueltos.
Hace 20 años, las
condiciones de pobreza y marginación
en el estado de Chiapas eran ya visibles y extremas; hoy, la realidad ha
empeorado. Hace 20 años, la corrupción en el ejercicio del poder se
presentaba con descaro; hoy, se ha agudizado de manera insultante. Hace 20 años, el desempleo era menos notorio; hoy, golpea a jóvenes y adultos,
hombres y mujeres sin estudios, con licenciaturas, maestrías, doctorados y
hasta con posdoctorados, a todos por igual arrincona y castiga el desempleo. Hace 20 años, la impunidad ya era visible, hoy, casi se ha convertido en deporte
nacional. Hace 20 años, el abuso de poder en todas sus formas
imaginables, se encontraba fácilmente en todas las acciones de gobierno; hoy,
lo han vuelto sello oficial. Hace 20 años, la inseguridad era
preocupante; hoy, es una pesadilla constante. Hace 20 años, el campo lucía abandonado; hoy, mayormente sólo
produce pobres, miserias y lástima. Si hace 20 años las condiciones de “bienestar social” de los chiapanecos
eran mejor que las actuales, la cuestión debe dar no únicamente para
preocuparse, sino para buscar con urgencia, qué hacer y desde dónde. Tiempos
mucho más difíciles se ven venir para los habitantes de las ciudades y el campo
chiapanecos.
Hace 20 años ya existían “Los Sabines”, papá e hijo, y ya se sabía de sus capacidades para
endeudar, abusar y robar, no para atender las necesidades urgentes y proyectar
un buen futuro para los chiapanecos. Hace
20 años ya existían “Los Albores”, papá
e hijo, y ya se conocía de sus habilidades
para reprimir, saquear, perseguir, torturar, simular, y no para
construir lo que los habitantes necesitan para vivir como seres humanos, de
manera civilizada y sin las injusticias propiciadas por los malos gobiernos. Hace 20 años ya existían “Los Robledos”, papá e hijo, que nada
tienen que envidiarle a “Los Sabines” y
“Los Albores”. Hace 20 años ya
hacían travesuras los hijos de Albores y
Robledo, los que hoy están haciendo cola como Senadores, para que en su
oportunidad lleguen a “gobernar” Chiapas y continuar con los atropellos que sus
padres iniciaron: más corrupciones, mayores miserias, más represión a los
municipios autónomos, peores maltratos y seguramente, injusticias más
profundas; si lo permiten los chiapanecos.
Hace 20 años ya había
nacido Manuel Velasco Coello, el
gobernador de Chiapas que a un año de haber sido ungido como titular del
Ejecutivo, da muestras sobradas de que sí tiene la capacidad para echar por la
borda el legado de su abuelo, el ex gobernador Manuel Velasco Suárez. Hace
20 años ya existían los niños y niñas que hoy juegan a hacer gobierno desde alguna oficina del Poder Ejecutivo, el
Legislativo o algún Ayuntamiento chiapaneco. Hace 20 años muchos de los que hoy se ostentan como enriquecidos
empresarios o ricos regidores, síndicos, presidentes municipales, diputados o
senadores, eran pobres y vivían a la sombra de sus progenitores de sangre o de
la política.
Hace 20 años era impensable
que llegara un presidente de la república mexicana como Enrique Peña Nieto y se
atreviera a modificar la Constitución General de la República, para entregar
las riquezas de los mexicanos a extranjeros; para traicionar a la patria; para
abandonar sus obligaciones sustantivas en materia educativa; para colocar en la
peor de las indefensiones a los trabajadores; para promover y permitir la
reelección en los cargos de “elección popular”, que ya desde hace mucho ha
demostrado traer más daños que beneficios; para volver presuntos delincuentes a
todos los contribuyentes del estado y favorecer a los grandes capitales
internos e internacionales. Hace 20 años
resultaba inconcebible pensar que el gobierno y sus instituciones -con su
indiferencia, sordera, deshonestidad y cinismo gubernamentales- iban a ayudar,
tan decisivamente, a que el Movimiento
Insurgente Zapatista se desarrollara y fortaleciera tan firmemente. A 20
años, casi nadie se imaginó que los
Zapatistas llegarían a los 20 años y que todavía les falta muchos 20s por
cumplir. La pobreza, exclusión e
injusticias sociales, sin lugar a dudas, lo garantizan.
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