El sacerdote Solalinde se
las sabe de todas, todas. Se ha de reír en silencio o en privado, cuando
observa que muchos y muchas, corren junto a él para tomarse una fotografía,
intentando con ello “vestirse” o lavarse un poco la “cara y las manos”, que las
traen sucias, percudidas y con olor a estiércol.
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