Desde siempre, los informes de Gobierno de todos lo niveles únicamente sirven para adornar y adornarse: para enviar empalagosos reconocimientos y saludos; para implorar cariño y mendigar recursos; para destacar lo inexistente; para ocultar lo preocupante; y para valorar lo impredecible.
Los informes de Gobierno acostumbran ocultar promesas, corrupciones y miserias, con kilos de números y minutos de aplausos: no precisan con rigor lo que ofrecieron y menos lo asocian a lo “avanzado”.
Con retórica apropiada, juegan con cifras, kilómetros, toneladas, valor agregado y Producto Interno Bruto, para construirse y reconocerse como “Gobiernos responsables, honestos, transparentes, democráticos, justos y guardianes de la paz social”. Así mienten a los ciudadanos y se engañan como gobernantes.
Lejos están de comprender que los buenos Gobiernos, aprovechan los informes para enseñar y aprender: recordar promesas, refrescar acuerdos, medir resultados, reflexionar, sensibilizar y comprometerse.
Pero no, los informes de ahora, además de ser instrumentos para disfrazar, esconder y mentir; también resultan buenos, para enviar, ofrecer y arrancar piropos; para hincarse ante los de arriba y ensoberbecerse con los de abajo.
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